Tu mente no puede asimilar lo que estás viendo, parece irreal.
Al sur de Bolivia existe un lugar que está bañado en sal, es como un desierto pero en vez de arena está plagado de pequeños granos de sal blacos y cuenta con una superficie de 12,000 kilometros cuadrados.
Este lugar es conocido como “El salar de Uyuni” precisamente porque está ubicado en la ciudad de Uyuni, un pueblito bastante precario cuyo principal centro de atracción turística es el mismo salar, además de ser una gran fuente de trabajo para quienes comercian sal.
No teníamos mucha información acerca de como llegar pero sabíamos que ibamos a llegar, ya de por sí llegar hasta Uyuni fue un gran desafío pero lo habíamos logrado, por lo que nos dispusimos a buscar tours que nos pudiesen acercar hasta ahí.
La única forma de llegar es con auto, ya que queda lejos pero una vez dentro del salar, necesitas ir con un guía ya que es muy facil perderse, por lo que conseguimos una agencia local que nos facilitó la llegada.
Y como no podía faltar apenas nos subimos a la camioneta para ir, comenzaron los imprevistos (si, esto ya se vuelve un clásico de todas mis aventuras).
El salar de Uyuni es un lugar bastante concurrido y es normal no saber bien qué incluye exactamente cada tour, por lo que a veces hay personas que se aprovechan de estas situaciones para cobrarte más por hacer actividades “extras” que no son extras y en verdad son parte normal dentro del tour al salar.
Por suerte pudimos anticipar esta situación y resolverlo rapido pero lo que no podíamos prevenir era lo que estaba a punto de pasar.
Se había pinchado una rueda de la camioneta en la que ibamos y parece que no ibamos a poder llegar, si, así como lo estás leyendo, el tour se estaba por cancelar.
Pero no señor, no podíamos permitir que sucediera esto, por lo que tras un tiempo después pudimos arreglarlo y comenzó nuestra aventura, habíamos sobrevivido el primer susto, hasta que camino al salar, en medio de la ruta, en un peaje la camioneta dejó de andar.
Si, la rueda ya no era un problema sino que ahora directamente la camioneta NO FUNCIONABA. Parece algo increíble ahora cuando lo pienso pero si veo el contexto en retrospectiva, tiene todo el sentido que esté pasando esto, dejame te lo explico.
Estabamos en el sur de Bolivia, un país subdesarrollado, en el medio de un pueblito, que estaba en el medio de la nada, donde habíamos pagado unos pocos dolares, a unos desconocidos que encontramos en la calle que decían tener una agencia de viajes y nos estaban llevando junto con otros dos turistas desconocidos, al medio de un desierto que quedaba en el medio de la nada a unos kilómetros de donde estábamos y nuestro guía, a su vez nuestro conductor, era un joven de unos 19 años de edad que apenas si sabía lo que estaba haciendo.
Para mi sorpresa, terminé empujando la camioneta en la ruta hasta que logramos hacerla arrancar de nuevo y nuestro guía feliz de la vida retomó su papel de conductor y continuamos camino.
A esa altura estabamos saturados y no sabíamos si llegaríamos al salar para ver el atardecer y conocer ese espectáculo del que tantos hablan maravillas.
Después de unas horas de viaje llegamos al desierto, lo habíamos logrado, visitamos los puntos clave como la escalera al cielo, el monumeto del Dakar y las banderas, pero esperabamos con ansias llegar a los reflejos.
El Salar de Uyuni es algo que no puedes explicar, el piso es completamente blanco, recomiendan usar anteojos de sol para no lastimar tus ojos y yo en primera fila disfrutando del espectáculo de ver hacia cualquier lugar que mirases y solo ver una eternidad de piso blanco y cielo.
El sol golpea de forma radiante y se respira un aire seco, hay varios turistas y camionetas yendo en todas direcciones, debo admitir que es precioso, visitamos el hotel de sal, un hotel que está completamente hecho de sal y se vé increíble, parece de juguete.
Pero ya se acercaba la noche y el sol estaba por caer, así que nos dispusimos a encarar hacia los reflejos.
Los reflejos se les dice a las lagunas que se forman en medio del desierto de sal, en un lugar alejado donde puedes apreciar la caída del sol y una vista supremamente perfecta donde el horizonte se pierde en un efecto espejo y puedes ver unas montañas en el fondo hacia arriba y hacia abajo, espejadas en el reflejo del agua.
Lo que no sabíamos era que nuestro chofer tenía una sorpresa más para nosotros, ese joven de 19 años no sabía lo que estaba haciendo y podíamos notar por su cara una mezcla de preocupación y asombro, por lo que en una de esas casualidades se me ocurrió preguntarle, si era su primera vez.
Y la respuesta te sorprenderá, era la primera vez que ese guía iba a este desierto a perderse en medio de la nada, lo que explicaba su cara de asombro y preocupación. El paisaje era fenomenal, pero dependía de un colega para saber hacia donde dirigirse, y no sabía exactamente dónde estaba su colega.
Después de frenar un par de veces logró contactarse con el y llegamos a destino.
Es un lugar que jamás olvidaré, nunca he visto algo igual y el efecto visual espejado entre el cielo y el agua confluyendo en la linea del horizonte es tan perfecto que tu mente no puede asimilarlo.
Hasta el día de hoy no encuentro la forma de poner en palabras lo que pasa por tu mente cuando ves eso, el agua calma, las montañas, el atardecer, el cielo, los colores, el lugar en sí, forman un ambiente perfecto que transmite paz e inmensidad y te transportan a otro lugar.
Pero después de tanto, logramos llegar…
Y una vez más te escribo y se me pone la piel de gallina, y compruebo que el mundo está lleno de lugares mágicos que merecen ser explorados.