Estábamos en un pueblo fantasma sin un sólo médico disponible.
Hace ya varios meses que no intento surfear, y digo “intento” porque aún me falta mucho por aprender, pero estar en el agua, flotando con tu tablita y balancearte para surfear me parece algo maravilloso.
Volvamos un poco para atrás y permíteme contarte sobre la primera vez que tome una lección de surf, si, la primera vez que agarré una tabla de surf y me metí al mar me abrí la cabeza, pero no nos adelantemos.
Estabamos al norte de Perú, en un pueblito llamado Los Órganos, imagínate un pueblito de 9,000 habitantes, con calles de tierra, bastante desolado y que sólo es conocido porque tiene algunas toortugas marítimas y se encuentra a unos 20 minutos de Máncora, otro pueblo mas bien conocido por su fiesta.
Ese domingo habíamos llegado a Los Órganos y mi única misión era aprender a surfera, por lo que tomamos un tuctuc, de esos que parece que se desarman en cualquier momento y mientras el aire seco y caliente nos golpeaba en la cara comenzamos a darnos cuenta de donde estábamos.
Entrando al pueblo comenzamos a ver una desolación fatal, casas y tiendas cerradas, la típica imágen de los perros callejeros buscando algo para comer entre polvillo, algunos otros tuctucs y un calor terrible.
Parecía ser que el pueblo era solo eso, un pueblo de paso con vista al mar, donde no habían muchas personas.
Nuestro amigo del tuctuc nos llevó hasta la playa y fue directo a conseguirnos uno de los famosos tours con tortugas, la verdad no soy muy fan de hostigar en manada a los animales en su hábitat natural, por lo que decidimos seguir caminando por la playa.
Normalmente la gente solo va para eso a este lugar por lo que si te alejas algunos metros de la zona donde se encuentran las tortugas puedes encontrar una playa totalmente desértica y sin turistas, la arena te quema los pies y seguro algún perrito te acompañe en algún tramo del trayecto.
En Máncora hacer surf es un tanto molesto ya que hay muchos turistas por lo general y no muchos lo saben pero la clave está en irse para este pueblo, que está a tan solo 20 minutos y casi nadie viene hasta aquí a hacer surf.
Las olas estaban a punto caramelo, ni muy grandes ni muy agresivas, ideales para alguien que estaba por tomar su primera clase, caminamos para alejarnos de los turistas y fuimos hasta donde nos habían dicho que encontraríamos un puestito con tablas de surf.
Después de un rato llegamos y yo me sentía como el de la película de “Reyes de las olas” – eran como 4 o 5 surfistas, todos musculosos, haciendo slack, pesas y bromeando entre si, con la piel mega bronceada y algunos tatuajes cools, de esos que sólo puedes presumir si tienes un buen par de biceps.
Y ahí estaba yo, todo flaquito y novato diciendo “es mi primera vez haciendo surf”.
Por suerte eran todos super buena onda y no tardaron en darme mi traje y mi tabla para ponernos en marcha, practicamos un poco en la arena para aprender lo básico y entramos al mar; mientras tanto Sol se había quedado durmiendo bajo el sol como cualquier persona normal lo hubiera hecho.
Y ahi estaba yo tan feliz y emocionado por entrar al agua con mi tablita queriendo pararme y balancearme, sentir eso que siempre había visto en videos de YouTube pero que nunca había podido sentir.
Olas van, olas vienen, había logrado pararme en TODAS las olas y surfear, hasta diría que parecía sencillo, me sentía un profesional (si tan sólo supiera lo que estaba por pasar jaja).
Había algo que no me habían enseñado en la clase básica de 10 minutos que tomé antes de entrar al agua…
Eso era que también te puedes lastimar en el agua y tienes que cuidarte – existen algunas tácticas básicas que puedes seguir si quieres seguir vivo, una de ellas es cubrirte la cabeza con las manos cuando te caes.
Ahí estaba Paul, surfeando la ola como un campeón hasta que ví que la punta de mi tabla se hundió por delante y acto seguido también caí yo hacia el frente.
Como acto reflejo, cuando caes al agua, tu instinto te dice que salgas para poder respirar y exactamente eso es lo que no debes hacer sin tomar precauciones cuando te caes, pero aún no había tomado esa clase de cuidados básicos, por lo que procedí a salir a la superficie sin saber que detrás mío venía mi tabla.
Sentí un golpe fuerte que me atontó por un segundo pero creí que todo estaba bien, ahora era parte de ese grupo cool de surfistas, bronceados y voluminosos, no podía quejarme de un golpesito JAJA.
Así que me subí a mi tabla y fui de vuelta con mi instructor, quien me vió y automáticamente me preguntó ¿Te golpeaste? y siguió Tienes sangre, límpiate.
Tras tocarme la cabeza mi mano estaba llena de sangre y me limpiaba una y otra vez pero no dejaba de aparecer sangre, si, mi cabeza estaba cubierta de sangre.
Y aquí dos factores graciosos para descomprimir un poco:
- Después de limpiarme seguí surfeando como si nada un par de olas más.
- Mi instructor me dijo que tenía 23 años, surfeaba desde los 5 y que me quedara tranquilo, el se había lastimado así de grave tambien unas 5 veces (por alguna razón las estadísticas no me cierran bien).
Después de un rato salí del agua y pude ver mi herida en un espejo, no voy a mostrarte lo que vi pero tras correrme el pelo pude ver como mi cabeza se abría un poco, cómo si fuera una mandarina, cuando separas los gajos, así de grave era, o bueno tal vez exagero un poco pero ahí me di cuenta de que debía ir al medico.
Y aquí viene el segundo problema ¿DÓNDE HAY UN MÉDICO?
Llamamos un tuctuc y le pedimos al conductor que nos llevase a un médico.
A partir de ahí nos llevó de tour por unos 3 “hospitales”, si es que podían llamarse hospitales, porque en realidad eran como casas grandes de pueblo donde había una fotocopia impresa pegada en la puerta con los horarios del médico y adivinen, ninguno trabajaba los domingos.
Después de dar una vueltas, nuestro chofer llamó por teléfono al medico del pueblo y apareció una enfermera que estaba durmiendo la siesta dentro de una salita (la salita era un garage de auto a la calle).
Tenían que cocerme la cabeza y no había otra opción, así que junte el poco coraje de surfista que había adquirido en la última hora y me senté en la camilla.
Y aquí viene el fantástico plot twist de la historia.
Aún puedo recordar las gotas de sudor de la enfermera cayendo en mi hombro, debía tener unos 20 años y era su primera vez cociendo y además era MI CABEZA la que estaba cociendo, estaba nerviosa pero por suerte todo salió bien.
Volvimos al Airbnb y ese día fue el día que salí victorioso con un souvenir casi gratis de mi viaje al norte de Perú.
Si vas a surfear, dale con cuidado.