Todos deberían vivir esta experiencia al menos una vez en la vida
Hace tiempo venía considerando la posibilidad de saltar en paracaídas, pero siendo sinceros todo comenzó como una idea fantasiosa; una de esas ideas que dices “algún día quisiera” pero que en el fondo sabes que ese día está lejano de la realidad.
Y así fue que después de unos meses de tener la idea clavada en mi mente, me desvelé un domingo a las 5 de la mañana y dije “Hoy es el día” – había un sol resplandeciente y el día recién estaba por comenzar y por lejos puedo decir que valió 100% la locura.
Pero había un problema, no tenía ni idea de cuánto salía ni dónde ni cómo hacer para saltar en paracaídas.
Así fué que recopilé toda la información necesaria y me dispuse a salir hacia Lobos, un pueblo que está a las afueras de Buenos Aires capital, en el camino contacté a la agencia de saltos y pude hacer los tramites necesarios para saltar.
Ya solo quedaba llegar a destino, subirme a una avioneta y saltar a 10,000 pies de altura, facil.
Una vez llegué al hangar yo creí qeu no habría mucha gente, pero para mi sorpresa ¡HABÍA FILA de varias personas! ¿Quién hubiera imaginado que era una actividad común para un fin de semana cualquiera?
Las avionetas despegaban cada 30 minutos, por lo que tuve que esperar 3 horas para mi salto (que duró 15 minutos).
Poco a poco comencé a caer en la cuenta de donde estaba y qué era lo que estaba haciendo, las avionetas despegaban y aterrizaban una tras otra y caían personas del el cielo como si fuera que llegaban pasajeros a una estación de bus cualquiera.
Los paracaídistas se preparaban dentro del hangar y tras algunas horas y varios aviones de por medio llegó mi turno, era el momento de afrontar la decisión que había tomado algunas horas atrás desde la comodida de mi cama ese domingo.
Jamás había subido a un avión ni mucho menos había hecho algo parecido, pero sabía que sería un momento que no olvidaría jamás.
El instructor se acercó a mi y comenzó a ponerme los arneses, me explicó 2 movimientos básicos para caer con estilo y apurados, para cumplir con los horarios de despegue de las avionetas, nos subimos al avión y me dijo Arriba te explico el resto (como si fuera parte de la rutina).
La avioneta despegó y yo no podía creer lo que estaba viendo, era la primera vez que mis ojos veían todo desde tan alto, las vacas se hacían pequeñitas y podía ver kilómetros y kilómetros de campo a lo lejos.
La cabina comenzó a enfriarse y el piloto gritó ¡AHORA!
Acto seguido, abrieron la cabina y todo se congeló, un viento abismal entró por la puerta y la temperatura disminuyó unos 15 grados de un segundo al otro.
Eramos los primeros en saltar y lo más loco es que al ser mi primera vez, estaba enganchado a mi instructor por lo que él dirigía mis movimientos, así que nos llevó al borde del avión y nos posicionamos para el salto.
Creo que no llegué ni a procesar lo que estaba sucediendo que ya estabamos saltando.
Medio segundo más tarde sentía que mi corazón se iba a detener en cualquier momento, podías sentir el viento en tu cara y si tuviera que poner en palabras esa sensación sería como cuando te resbalas y caes para atrás solo que sabes que hay un vacío y que nada te va a frenar.
Por un segundo cerré mis ojos y dije Tengo un paracaídas y todo va a salir bien
Tu cerebro no lo procesa al instante pero definitivamente sabes que estás vivo, tal vez poner tu vida en riezgo por un ratito nada más es lo que hace falta para sentirte vivo, no lo sé.
Unos segundos después el paracaídas se abrió y el giro de adrenalina a paz total fue automático, era como estar flotando en el medio del aire con una vista panorámica de todo y la seguridad de que todo estaba bien.
Desde que el paracaídas se abre hasta que caes, es como si estuvieras en un paseo suave levitando en el aire y no pude evitar preguntarle a mi instructor una pregunta que sólo le hago a muy pocas personas en este planeta, personas que tienen profesiones particulares.
¿Alguna vez te aburres de tu trabajo? Normalmente estas personas saltan unas 10 a 20 veces a la semana…
Y claramente me dió la respuesta que esperaba Nunca jamás.
Ese fué el día que sentí mayor nivel de adrenalina en mi vida entera.
Me atrevería a decir que fue la experiencia que desencadenó lo que sin saber en ese momento, sería este fanatismo por los deportes extremos y actividades atípicas.